UN MITO EN EL QUE CREER
En
tres meses desde que estalló la burbuja financiera, en otoño de 2008,
Islandia tumbó a su Gobierno y dejó quebrar a sus bancos. En poco más de
dos años, el país de 320.000 habitantes se negó dos veces y por referéndum a hacerse responsable de una deuda bancaria de 6.700 millones de euros.
Se trata de la deuda de Icesave, filial de uno de las principales
entidades del país, que dejó a cerca de 400.000 clientes británicos y
holandeses sin un céntimo de lo invertido. El primer ministro al mando
del Ejecutivo hasta que estalló la crisis fue después juzgado y
condenado por negligencia al haber permitido una burbuja financiera sólo
comparable en Europa a la de Irlanda. Hace tan solo unas semanas, dos
tercios de los islandeses respaldaron una propuesta de reforma
constitucional, elaborada por ciudadanos anónimos y gestada con
aportaciones de miles de ciudadanos en las redes sociales. Entre las
mociones apoyadas masivamente están las de devolver la propiedad de los
recursos naturales al Estado o facilitar la celebración de referéndums a
propuesta ciudadana.
-¿Cómo es Islandia hoy, cuatro años después?
No hay ninguna familia que no haya sufrido la crisis. Muchos de los pensionistas han perdido sus ahorros, los que tenían un préstamo o una hipoteca están pagando hasta el doble por la indexación de la deuda a la inflación. La corona islandesa vale la mitad, por lo que cualquiera que tenga a un hijo estudiando en el extranjero lo nota, por ejemplo. La emigración nos ha quitado dos generaciones. En Islandia nacen 5.000 niños al año y en los últimos tres años se han ido 20.000 personas, una mitad extranjeras y la otra islandesas, nuestros ciudadanos mejor formados. A esos que se fueron, los más afortunados tras saldar su deuda con los bancos, la crisis no se les va a olvidar en la vida.
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