Nos enteramos con horror de que Iñaki Urdangarín ha tenido que irse a vivir de alquiler, y de que el Palacete de Pedralbes, para disgusto del pueblo llano, está ahora ocupado por un desconocido.
Es este el tipo de noticias que estremece los cimientos del orgullo de
un país y, para que no nos fijemos, las autoridades han nublado los
informativos con la cortina de humo de los cinco millones de parados.
Urdangarín es víctima del mal de esta nación: la envidia. Banqueros y políticos no soportaban que el yernísimo trincase sus millones sin ánimo de lucro,
y ahora lo tienen de penitente repintando la pared del cuarto de los
niños. El anterior inquilino de tan siniestra guarida de alquiler, antes
de abandonarla, dejó el ala oeste del coqueto torreón con el aire
acondicionado a tope, al mayordomo haciendo flexiones y tu reflejo por
los espejos hecho unos zorros. Una mierda de casa, o sea. Fuentes de
esas que se dicen bien informadas aseguran en varios periódicos que el
duque estuvo a punto de instalarse en un pisito, pero que los de
Inteligencia, si esta existe, rechazaron la idea por razones de
seguridad. No está mal que el CNI vele por la seguridad de los
vecinos cuando en el sexto derecha se te puede instalar un señor tan sin
ánimo de lucro como Iñaki Urdangarín. Buen trabajo, chicos.
La pena es que el duque de Palma no esté defendiendo sus derechos y su honra en plan altermundista, o si se quiere altercouché, que es lo que se lleva ahora. Una okupación de palacio, de cualquier palacio, nos libraría a los españoles de padecer esta vergüenza internacional de ver a nuestros duques de alquilados.
Que parecemos la antigua URSS, coño. Un duque, un yernísimo, okupando
un palacio deshabitado, preferentemente con nieves rizosas colándose por
vidrios rotos, sería la imagen icónica de esta cruel crisis, que se ha cebado sobre todo en las clases desfavorecidas y en los duques.
Las clases desfavorecidas han optado por defenderse desde el
altermundismo. Los duques, como corresponde, se han limitado a dejarse
invadir por la estupefacción. Nuestros duques nunca han gozado
los privilegios de nuestra enseñanza pública, y no han desarrollado
tanto como el pueblo la capacidad de divertirse.
En la Sierra de Madrid, donde poseo un palacete de Pedralbes a escala más chica, ya que yo no gasto infanta, muchos hombres y mujeres han perdido, como Urdangarín, el trabajo, la casa, a la suegra y parte de la honra.
Y se dedican, en sus ratos, al comercio justo. En la plaza de mi
pueblo, por ejemplo, cuando no están jugueteando ni con preferentes ni
con hedge fund, puedes ver a los muchachos y muchachas de las
tardes ociosas, con sus camisetas verdes, intercambiando productos
básicos para divertirse:; pan, agua, ilusiones, potitos… Y las
autoridades los observan con justificado recelo, ya que no es lo
mismo una amable conspiración para alterar el precio de las cosas, en
plan burbuja inmobiliaria, que el criminal intercambio de pepinos por
pollos de corral al margen del fisco y de la ley. Cualquier día les cae un puro. Apuesto.
Sin embargo, sería muy bella una
almoneda, semejante a la de los chicos y chicas de la camiseta verde,
pero con princesas europeas, y tules, e infanzones y duques, y banqueros
suizos, todos intercambiando pasta en negro, joyas y cuadros de
Velázquez. Al contrario de lo que ocurre con los perroflautas del
comercio justo, el estricto y anticuado control de las grandes
fortunas, por parte de las autoridades españolas y europeas, hace hoy
imposible tan hermosa estampa. Otra puerta alter que se le cierra a nuestro deslucrado duque.
A Urdangarín también le podría haber inspirado el estilo Sánchez-Gordillo, aunque desvalijando joyerías en lugar de mercadonas, que le va más.
Al fin y al cabo, los dos han ejercitado su intelecto con los mismos
telediarios hasta llegar a idéntica conclusión: si en España se premia
el delito de corbata de seda, ¿cómo no santificar a quienes delinquen sin ánimo de lucro o para alimentar a familias desesperadas? Los paralelismos son evidentes.
Así que, en plan alter, a Urdangarín ya solo le queda la posibilidad de quemarse a lo bonzo en el despacho de Emilio Botín,
ya que en el cajero automático, donde es más costumbre inmolarse, no le
caben ni la musculatura ni la estatura ni las dignidades a este apuesto
muchacho. Cualquier cosa menos aparecer ante los españoles de alquilado
en un chalet de las afueras peninsulares, donde seguro que unos vecinos inmigrantes le van a desahuciar los sueños con horas de reggaeton nocturno a todo trapo.
¡Cuánta desigualdad! Nuestros duques sobreviven de alquiler mientras
Cándido Méndez luce hasta relojes. Este país de alquiler da mucha pena,
penita, pena. Hasta que nos la deje de dar.
El Autor de este divertido artículo es el columnista de publico.es
Aníbal Malvar
Su última novela es "La balada de los miserables" (Akal, 2012)
Más información en
Sígueme en twitter @anibalmalvar
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